Cuántas veces al estar seguros que nuestra vocación es la
matrimonial, que hemos nacido para estar felizmente casados, que nuestro camino
a la Santidad está destinado a ser de alguien más, que hay una persona que por
sus cualidades, virtudes y defectos, nos ayudará a llegar al cielo, caemos en
la impaciencia y desesperanza al no encontrarlo, al no ver a esa persona que te
prometerá frente a Dios amor verdadero, al no conocer a quien le dirás un firme
y rotundo SÍ con la seguridad de que te va a corresponder de la misma manera.
¿Cuántas veces? Si las empezamos a contar, probablemente, terminaríamos
avergonzándonos de lo mucho que desconfiamos de Dios.
Si es Él quien nos conoce en totalidad; sabe de nuestros
pensamientos y sentimientos, de nuestros sueños y grandes anhelos; si es
quien desea y se preocupa, incluso más que nosotros, de que seamos eternamente
felices y vivamos una plena alegría y paz en nuestros corazones, es también
quien sabe qué es lo que nos dará toda esa felicidad y qué es lo que dará por
cumplido nuestros sueños y alcanzado nuestros grandes anhelos.
Nadie mejor que Él tiene la respuesta a todo lo que, desde
lo más profundo de nuestro ser, buscamos.
Si esto es así, si verdaderamente lo creemos, porque sabemos
que Él es Amor, que venimos del Amor y vamos hacia el Amor; que todo lo que
buscamos lo encontraremos en Él; ¿cómo dudar de su Plan? Es cierto que, en este
mundo, es muy difícil creer que existan aún personas dispuestas a amar de
verdad, a valorar, respetar, buscar el bien, etc., pero también es cierto que
nosotros somos parte de este mundo y que, por lo tanto, nuestras propias
decisiones también tienen repercusiones en él. Todo lo que hagamos nos afecta,
no solo a nosotros, sino a los demás, a los que nos rodean, incluso a la
naturaleza. De ser así, depende mucho de nosotros que este concepto del mundo
cambie. Para eso, se debe de empezar por uno mismo. No se trata de que “porque
todos son así”, yo soy así… o “como nadie está dispuesto a amar”, yo renunciaré
a mi anhelo de ser amado(a). Si todos tuvieran esa mentalidad, el mundo
simplemente no existiría. Sin embargo, no es así. La resurrección del Señor
Jesús le dio sentido a su Crucifixión. No hay Gloria sin Cruz y, si hay Cruz,
es porque es posible la Gloria. Esta es la razón por la que, hasta el final de
nuestras vidas, debemos de luchar por amar y ser amados de verdad, porque fue
Cristo quien al morir por nosotros nos mostró su infinito amor, un amor de
hombre, de humano, un amor al cual todos estamos llamados a vivir.
¿Cómo renunciar a esto? Regresando al primer punto, si
sabemos que nuestra vocación es la matrimonial, que nacimos pensados para que
algún día nos casemos, en algún lado del mundo, cerca o lejos, ya existe
nuestro futuro(a) esposo(a). Esa persona, que Dios pensó para ti, vive. ¿Cómo
no esperarla? ¿Cómo perder las esperanzas de encontrarla? ¿Cómo renunciar a
conocer a quien te ayudará a llegar al cielo, a ver el rostro del mismo Señor
Jesús? ¿Cómo negarse a algún día, con nuestras cualidades, únicas e
irrepetibles en su conjunto, ayudar a alguien más a ver el Reino de los
Cielos?
Si lo pensamos así, lo vemos así, lo creemos así, si ponemos
nuestra confianza en esto, ¿cómo perder las esperanzas? ¿Cómo no esperar con
confianza en Dios para que sea Él mismo quien nos lleve a esa persona? ¿Qué
mejor que trabajar en nosotros mismos, que empezar a fortalecer nuestras
virtudes y disminuir nuestros defectos, y preocuparnos en ser la persona ideal
para aquel que estará dispuesto a amarme?
Todos necesitamos crecer como personas, en amor y en
virtudes. Necesitamos fortalecernos con el amor de Dios, curar nuestras
heridas, perdonar y pedir perdón, para que el día que Él ponga en nuestra vida,
en nuestro caminar, a la persona indicada y pensaba para nosotros, podamos
darle lo mejor de uno mismo y amarla sin residuos de nuestras heridas, amarla
con autenticidad, sin egoísmos, amarla con un amor de Dios, uno perfecto y sin
manchas, amarla de manera incondicional y total.
Así, cuando somos personas virtuosas, que respetan y exigen
respeto, que aman y buscan ser amadas, que valoran y piden que las valoren,
solo quienes estén dispuestos a entrar a sus vidas serán aquellos que respeten,
amen y valoren, porque los que no, simplemente, ni se acercarán. De esta manera,
la persona que Dios ha pensado para nosotros llegará más rápido a nuestra vida,
ayudaremos a que su Plan se realice, colaboraremos con Él para que se haga su
Voluntad. En cambio, si estamos envueltos en el pecado, si no nos preocupamos
por amar, si no nos ponemos medios concretos para ser mejores personas, si
usamos y nos dejamos usar, solo estaremos rodeados de eso y no conoceremos más.
Nuestra vista quedará muy corta, estaremos ciegos frente a la verdad y nos
desviaremos del camino que nos lleva a la eterna felicidad, la cual anhelamos y
seguiremos anhelando hasta el final de nuestras vidas.
Martha Asto, 18 años, Perú
* ¡Este Blog es un espacio creado para ti! Tú también puedes enviarnos tus preguntas, testimonio o reflexiones a laopcionv@gmail.com, con nuestro compromiso de guardar tu identidad en la más absoluta reserva. Con tu colaboración y participación podremos ser cada vez más quienes creemos que el amor verdadero sí existe, y que el camino para alcanzarlo es la castidad!
** Todas las publicaciones en este Blog -a menos que sean tomadas de otra fuente- son de propiedad de La Opción V. Pueden ser difundidas libremente, por cualquier medio, consignando siempre la fuente. Está terminantemente prohibida su reproducción total o parcial con fines de lucro.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario